El glaucoma de ángulo abierto es el tipo de glaucoma más común, representando alrededor del 70% de los casos. Esta enfermedad afecta progresivamente al nervio óptico, la parte del ojo que envía señales visuales al cerebro. Si no se trata, puede provocar pérdida de visión permanente y, en casos graves, ceguera.

Cómo funciona el glaucoma de ángulo abierto:

En un ojo sano, el humor acuoso nutre y elimina los residuos del tejido ocular. Este líquido circula a través de una malla llamada red trabecular, que actúa como filtro. En el glaucoma de ángulo abierto, esta red se obstruye o daña, impidiendo el drenaje normal del humor acuoso. Esto provoca un aumento de la presión intraocular, que puede dañar el nervio óptico.

Factores de riesgo:

  • Edad: El riesgo de glaucoma aumenta con la edad, siendo más común a partir de los 60 años.
  • Antecedentes familiares: Tener familiares con glaucoma aumenta el riesgo de padecerlo.
  • Presión intraocular alta: La presión intraocular elevada es el principal factor de riesgo.
  • Ciertos problemas de salud: Algunas enfermedades, como la diabetes y la hipertensión arterial, pueden aumentar el riesgo de glaucoma.
  • Ciertos medicamentos: El uso prolongado de ciertos esteroides puede aumentar el riesgo de glaucoma.
  • Ciertos defectos oculares: Tener ciertos defectos oculares, como un iris estrecho, puede aumentar el riesgo.

Sintomatología:

En sus fases iniciales, suele ser asintomático. Esto significa que la pérdida de visión puede pasar desapercibida hasta estadios avanzados de la enfermedad. Algunos de los síntomas que pueden aparecer en fases más avanzadas incluyen:

  • Visión borrosa, especialmente en la visión periférica (lateral).
  • Dificultad para ver en condiciones de poca luz.
  • Visión de halos o círculos de colores alrededor de las luces.
  • Dolor ocular.
  • Náuseas y vómitos.
  • Pérdida de la visión en el campo visual.

El glaucoma de ángulo abierto, al ser a menudo asintomático en sus fases iniciales, hace que la detección precoz sea clave para prevenir la pérdida de visión. Realizar revisiones oculares regulares con un oftalmólogo a partir de los 40 años permite detectar la enfermedad en sus etapas tempranas e iniciar el tratamiento para controlar la presión intraocular y evitar daños al nervio óptico. Un diagnóstico y tratamiento precoces pueden ayudar a preservar la visión durante muchos años.